LAS PERSONAS DISCAPACITADAS INTELECTUALES SE QUEDAN SOLAS...
¿Qué ocurre cuando fallecen los progenitores de personas con discapacidad intelectual o éstos requieren de cuidados porque se hacen mayores?
Pocos y
pocas os habéis planteado qué futuro tienen las personas con discapacidad
intelectual cuando fallecen sus padres o tienen que enfrentarse a los cuidados
de éstos. Siempre han sido ellos y ellas las personas cuidadas debido a su
situación, pero llega un momento en que tienen que afrontar la responsabilidad
de hacerse cargo de personas dependientes sin saber cómo hacerlo. No es que no
quieran hacerlo, sino que no tienen la capacidad para dar respuesta a las
necesidades y atenciones que requieren. Empiezan a sentirse agobiados ante un
futuro en el que no habían pensado pero que les cae como una losa, de repente y
sin esperarlo. Sus hábitos y sus rutinas se ven interrumpidos y muchos de ellos
no son capaces de vivir solos cuando estas personas mayores que los han
acompañado y dado cariño durante toda su vida, no pueden valerse por sí mismos
o tienen que irse a una residencia para ser atendidos.
Las personas
con discapacidad intelectual han sido y son los grandes olvidados, bien por
desconocimiento, por ignorancia; hacemos como que no existen, son invisibles y
creemos, siendo desconocedores del tema, que no sirven para nada ni pueden
ejercer un trabajo remunerado. Antes de todo son seres humanos con sentimientos
y emociones que han sufrido en el pasado el menosprecio, la caridad, la
institucionalización y la exclusión social, simplemente por ser diferentes.
Es hora de
que estas personas recuperen su dignidad, su libertad y sus derechos a poder
participar y tener su lugar en la sociedad. Ya es tiempo que se les otorgue la
posibilidad de realizarse laboralmente teniendo en cuenta sus limitaciones. Ha
llegado el momento de que no solo tengan derechos a nivel legal y sobre el
papel, sino también que sea real y efectiva. Con esto me refiero a que tengan
un tratamiento más amplio e integrador y no únicamente a cuestiones
relacionadas con la tutela e incapacidad. Sin quitarle el valor a estas figuras
que son importantes, no hay que olvidar que ante la sociedad y la Ley son
“adultos y adultas”, de hecho, son personas con capacidades diferentes y que
debemos proteger ante situaciones y asuntos que no saben manejar.
No
contribuyamos a aparcar sus necesidades en largas listas de espera para poder
acceder a un centro de día, a una residencia
permanente o un piso tutelado, recursos ya escasos de por sí. Hagamos de la Ley
de la Dependencia un apoyo y una ayuda para que las personas con discapacidad
intelectual puedan atender a estos progenitores en sus hogares. Para hacer de
este sistema un recurso más ágil y eficaz, se debería de establecer un “triaje”
que determinara la urgencia de la atención en función de cada caso concreto, y
priorizando aquellas situaciones que no puedan esperar meses y meses mientras
se tramita y se resuelve la concesión de estas ayudas. Las entidades que tiene
contacto con este tipo de colectivos podrían convertirse en interlocutores con
la administración, ya que conocen de primera mano sus necesidades y son los más competentes
para valorar cuál es el recurso ideal en cada situación.
En este
punto quiero agradecer la labor que realizan algunas asociaciones y fundaciones
sin ánimo de lucro y en concreto y sin desmerecer a ninguna, la que yo conozco
que es la Fundación Down de Zaragoza a través de su centro de adultos, en el que
he tenido la oportunidad y fortuna de ser docente en su taller de empleo. No
podré devolver el gran cariño, respeto y educación que el alumnado me ha
regalado. Su motivación, entusiasmo y ganas de aprender; su afán de superación
y una actitud y predisposición para aprender cosas nuevas. La verdad es que han
hecho que impartir formación sea no un trabajo sino algo gratificante, sabiendo
sobre todo que estoy contribuyendo a que adquieran unos conocimientos que les
sirva para superarse y lograr esa autonomía y sueño de vivir una vida propia.